¿QUIÉN SE HA LLEVADO MI QUESO?
Una reunión Chicago
Un soleado domingo, en Chicago, varios
antiguos compañeros de clase que habían sido buenos amigos en la escuela se
citaron para almorzar después de haber asistido la noche anterior a la reunión
de su escuela superior. Deseaban saber más detalles sobre lo que sucedía en la
vida de cada uno de ellos. Después de no pocas bromas y un copioso almuerzo,
iniciaron una interesante conversación.
Angela, que había sido una de las alumnas
más populares de la clase, dijo:
–Desde luego, la vida resultó ser muy diferente a como creí
que sería cuando estaba en las escuela. Han cambiado muchas cosas.
–Ciertamente –asintió Nathan. Todos sabían que se había
hecho cargo del negocio de la familia, que funcionaba del mismo modo y que
formaba parte de la comunidad local desde que tenían uso de razón. Por eso se
sorprendieron al comprender que parecía preocupado–. Pero ¿os habéis dado cuenta de que no
queremos cambiar cuando las cosas cambian?
–Supongo que nos resistimos al cambio porque le tenemos
miedo –Observó Carlos.
–Carlos, tú fuiste el capitán del equipo de fútbol
–intervino Jessica–. ¡Nunca creí posible oírte decir que tienes miedo!
Todos se echaron a reír al darse cuenta de que, a pesar de
haber seguido direcciones muy diferentes, desde trabajar en casa hasta dirigir
empresas, experimentaban unos sentimientos muy similares.
Todos trataban de afrontar los inesperados cambios que les
estaban ocurriendo en los últimos años. Y la mayoría admitía no conocer una
buena forma de manejarlos.
–A mí me daba miedo cambiar –dijo entonces Michael–. Cuando
se presentó un gran cambio en nuestra empresa, no supimos que hacer. Así que no
nos adaptamos y estuvimos a punto de perderla. Pero entonces oímos contar un
divertido y breve cuento que lo cambió todo.
–¿De veras? –preguntó Nathan.
–Bueno, el caso es que esa narración transformó mi forma de
considerar el cambio, de modo que en lugar de verlo como la posibilidad de
perder algo, empecé a verlo como la oportunidad de ganar algo y comprendí cómo
hacerlo. Después de eso, las cosas mejoraron con rapidez, tanto en el trabajo
como en mi vida personal.
“Al principio, me molestó la evidente simplicidad del
relato porque parecía algo que bien pudieran habernos contado en la escuela.
“Fue entonces cuando me di cuenta de que, en realidad, me
sentía molesto conmigo mismo, por no haber visto lo evidente ni haber hecho lo
que verdaderamente funciona cuando cambian las cosas.
“Al comprender que los cuatro personajes de ese cuento
representan las diversas partes de mí mismo, decidí cómo quería actuar y
cambié.
“Más tarde, se lo conté a algunas personas de nuestra
empresa, y ellas se lo contaron a su vez a otras, y el negocio no tardó en
mejorar considerablemente, gracias a que la mayoría de nosotros aprendimos a
adaptarnos mejor al cambio. Y, lo mismo que me sucede a mí, son muchos los que
afirman que también los ha ayudado en su vida privada.
“Por otro lado, fueron pocas las personas que dijeron no
haber sacado nada en limpio de esta narración. O bien conocían ya las lecciones
y las vivían y ponían en práctica o, lo que era más habitual, creían saberlo
todo y no deseaban aprender. No se daban cuenta de la razón por la que tantos
otros se benefician de ella.
“Cuando uno de nuestros altos ejecutivos, que tenía
problemas para adaptarse, dijo que el relato sólo era una pérdida de su valioso
tiempo, otros se burlaron de él, diciendo que sabían muy bien qué personaje
representaba en el cuento, refiriéndose con ello al que no aprendía nada nuevo
y no cambiaba.
–¿Pero cuál es ese cuento? –preguntó
Angela.
–Se titula ¿Quién se ha llevado mi queso?
Todos se echaron a reír.
–Creo que esto ya empieza a gustarme –dijo Carlos–. ¿Te
importaría contárnoslo? Quizá podamos sacarle partido.
–Pues claro –contestó Michael–. Me encantará y, además, no
se necesita mucho tiempo.
Y así fue como empezó a contarlo.
LA NARRACION ¿Quién se ha llevado mi queso?
Erase una vez, hace mucho tiempo, en un país muy lejano,
vivían cuatro pequeños personajes que recorrían un laberinto buscando el queso
que los alimentara y los hiciera sentirse felices.
Dos de ellos eran ratones y se llamaban “Fisgón” y
“Escurridizo”, y los otros dos eran liliputienses, seres tan pequeños como los
ratones, pero cuyo aspecto y forma de actuar se parecía mucho a las gentes de
hoy día. Se llamaban “Hem” y “Haw”.
Debido a su pequeño tamaño, sería fácil no darse cuenta de
lo que estaban haciendo los cuatro. Pero si se miraba con la suficiente
atención, se descubrían las cosas más extraordinarias.
Cada día, los ratones y los liliputienses dedicaban el
tiempo en el laberinto a buscar su propio queso especial.
Los ratones, Fisgón y Escurridizo, que sólo poseían simples
cerebros de roedores, pero muy buen instinto, buscaban un queso seco y duro de
roer, como suelen hacer los ratones.
Los dos liliputienses, Hem y Haw, utilizaban su cerebro,
repleto de convicciones y emociones, para buscar una clase muy diferente de
Queso, con mayúscula, que estaban convencidos los haría sentirse felices y
alcanzar éxito.
Por muy diferentes que fuesen los ratones y los
liliputienses, tenían algo en común: cada mañana, se colocaban sus atuendos y
sus zapatillas de correr, abandonaban sus diminutas casas y se ponían a correr
por el laberinto en busca de su queso favorito.
El laberinto estaba compuesto por pasillos y cámaras,
algunas de las cuales contenían un queso delicioso. Pero también había rincones
oscuros y callejones sin salida que no conducían a ninguna parte. Era un lugar
donde cualquiera podía perderse con suma facilidad.
No obstante, el laberinto contenía secretos que permitían
disfrutar de una vida mejor a los que supieran encontrar su camino.
Los ratones, Fisgón y Escurridizo, utilizaban el sencillo
método del tanteo para encontrar el queso. Recorrían un pasadizo y, si lo
encontraban vacío, se daban media vuelta y recorrían otro. Recordaban los
pasadizos donde no había queso y, de ese modo, pronto empezaron a explorar
nuevas zonas.
Fisgón utilizaba su magnífica nariz para husmear la
dirección general de donde procedía el olor del queso, mientras que Escurridizo
se lanzaba hacia delante. Se perdieron más de una vez, como no podía ser de
otro modo; seguían direcciones equivocadas y a menudo tropezaban con las
paredes. Pero al cabo de un tiempo, encontraban el camino.
Al igual que los ratones, Hem y Haw, los dos liliputienses,
también utilizaban su capacidad para pensar y aprender de experiencias del
pasado. No obstante, se fiaban de su complejo cerebro para desarrollar métodos
más sofisticados de encontrar el Queso.
A veces les salía bien, pero en otras ocasiones se dejaban
dominar por sus poderosas convicciones y emociones humanas, que nublaban su
forma de ver las cosas. Eso hacía que la vida en el laberinto fuese mucho más
complicada y desafiante.
A pesar de todo, Fisgón, Escurridizo, Hem y Haw terminaron
por encontrar el camino hacia lo que andaban buscando. Cada uno encontró un día
su propia clase de queso al final de uno de los pasadizos, en el depósito de
Queso Q.
Después de eso, los ratones y los liliputienses se ponían
cada mañana sus atuendos para correr y se dirigían al depósito de Queso Q. Así,
no tardaron mucho en establecer cada uno su propia rutina.
Fisgón y Escurridizo continuaron levantándose pronto cada
día para recorrer el laberinto, siguiendo siempre la misma ruta.
Una vez llegados a su destino, los ratones se quitaban las
zapatillas de correr, las ataban juntas y se las colgaban del cuello, para
poder utilizarlas de nuevo con rapidez en cuanto las necesitaran. Por último,
se dedicaban a disfrutar del queso.
Al principio, Hem y Haw también se apresuraban cada mañana
hacia el depósito de Queso Q, para disfrutar de los jugosos nuevos bocados que
los esperaban.
Pero al cabo de un tiempo, los
liliputienses establecieron una rutina diferente.
Hem y Haw se levantaban cada día un poco más tarde, se
vestían con algo más de lentitud y, en lugar de correr, caminaban hacia el
depósito de Queso Q. Después de todo, ahora ya sabían donde estaba el Queso y
cómo llegar hasta él.
No tenían la menor idea de donde provenía el Queso ni de
quién lo ponía allí. Simplemente, suponían que estaría donde esperaban que
estuviese.
Cada mañana, en cuanto llegaban al depósito de queso Q, se
instalaban cómodamente, como si estuvieran en su casa. Colgaban los atuendos de
correr, se quitaban las zapatillas y se ponían las pantuflas. Ahora que habían
encontrado el Queso empezaban a sentirse muy cómodos.
–Esto es fantástico –dijo Hem–. Aquí hay
Queso suficiente para toda la vida.
Los liliputienses se sentían felices; tenían la sensación
de haber alcanzado el éxito y creían estar seguros.
Hem y
Haw no tardaron en considerar que el Queso encontrado en el depósito de Queso Q
era de su propiedad. Allí había tantas reservas de Queso que finalmente
trasladaron sus hogares para estar más cerca y crear su vida social alrededor
de ese lugar.
Para sentirse todavía más cómodos, Hem y Haw decoraron las
paredes con frases y hasta dibujaron imágenes del Queso a su alrededor, lo que
los hacia sonreír. Una de aquellas frases decía:
A veces, Hem y Haw invitaban a sus amigos para que
contemplaran su montón de Queso en el depósito de queso Q, lo mostraban con
orgullo y decían: “Bonito Queso, ¿verdad?”. Algunas veces los compartían con
sus amigos. Otras veces no.
–Nos merecemos este Queso –dijo Hem, al tiempo que tomaba
un trozo de queso fresco y se lo comía–. Sin duda tuvimos que trabajar duro y
durante mucho tiempo para encontrarlo.
Después de comer, Hem se quedó dormido como
solía sucederle.
Cada noche, los liliputienses regresaban lentamente a casa,
repletos de Queso, y cada mañana volvían a buscar más, sintiéndose muy seguros
de sí mismos.
Así se mantuvo la situación durante algún
tiempo.
Poco a poco, la seguridad que Hem y Haw tenían en sí mismos
se fue convirtiendo en la arrogancia propia del éxito. Pronto se sintieron tan
sumamente a gusto, que ni siquiera se dieron cuenta de lo que estaba
sucediendo.
Por su parte, Fisgón y Escurridizo continuaron con su
rutina a medida que pasaba el tiempo. Cada mañana llegaban temprano, husmeaban,
marcaban la zona e iban de un lado a otro del depósito de queso Q, comprobando
si se había producido algún cambio con respecto a la situación del día
anterior. Luego, se sentaban tranquilamente a roer el queso.
Una mañana llegaron al depósito de Queso Q y descubrieron
que no había queso.
No se sorprendieron. Desde que Fisgón y Escurridizo
empezaron a notar que la provisión de queso disminuía cada día que pasaba, se
habían preparado para lo inevitable y supieron instintivamente qué tenían que
hacer.
Se miraron el uno al otro, tomaron las zapatillas de correr
que llevaban atadas y convenientemente colgadas del cuello, se las pusieron en
las patas y se anudaron los cordones.
Los ratones no se entretuvieron en analizar
demasiado las cosas.
Para ellos, tanto el problema como la respuesta eran bien
simples. La situación en el depósito de Queso Q había cambiado. Así pues,
Fisgón y Escurridizo decidieron cambiar.
Ambos se quedaron mirando hacia el inescrutable laberinto.
Luego, Fisgón levantó ligeramente la nariz, husmeó y le hizo señas a
Escurridizo, que echó a correr por el laberinto siguiendo la indicación de
Fisgón, seguido por éste con toda la rapidez que pudo.
Muy pronto ya estaban en busca de Queso
Nuevo.
Algo más tarde, ese mismo día, Hem y Haw llegaron al
depósito de Queso Q. No habían prestado la menor atención a los pequeños
cambios que se habían ido produciendo cada día, así que daban por sentado que
allí encontrarían su Queso, como siempre.
No estaban preparados para lo que
descubrieron.
–¡Qué! ¿No hay Queso? –gritó Hem, y siguió gritando–: ¿No
hay Queso? ¿No hay nada de Queso?, –como si el hecho de gritar cada vez más
fuerte bastara para que reapareciese.
¿Quién se ha llevado mi Queso? –aulló.
Finalmente, puso los brazos en jarras, con la cara
enrojecida, y gritó con toda la fuerza de su voz:
–¡No hay derecho!
Haw, por su parte, se limitó a sacudir la cabeza con
incredulidad. El también estaba seguro de encontrar Queso en el depósito de
Queso Q. Se quedó allí de pie durante largo rato, como petrificado por la
conmoción. No estaba preparado para esto.
Hem gritaba algo, pero Haw no quería escucharlo. No quería
tener que enfrentarse con esta nueva situación, así que hizo oídos sordos.
El comportamiento de los liliputienses no era precisamente
halagüeño no productivo, aunque sí comprensible.
Encontrar el Queso no les había resultado fácil, y para los
liliputienses significaba mucho más que, simplemente, tener cada día qué comer.
Para ellos, encontrar el Queso era su forma de conseguir lo
que creían necesitar para ser felices. Tenían sus propias ideas acerca de lo
que el Queso significaba para ellos, dependiendo de su sabor.
Para algunos, encontrar Queso equivalía a tener cosas
materiales. Para otros, significaba disfrutar de buena salud o desarrollar un
sentido espiritual de bienestar.
Para Haw, por ejemplo, el Queso significaba sentirse
seguro, tener algún día una familia cariñosa y vivir en una bonita casa de
campo en la Vereda Cheddar.
Para Hem, el Queso significaba convertirse en un Gran
Quesero que mandara a muchos otros y en ser propietario de una gran casa en lo
alto de Colina Camembert.
Puesto que el Queso era tan importante para ellos, los dos
liliputienses emplearon bastante tiempo en decidir qué hacer. Lo único que se
les ocurrió fue seguir mirando por los alrededores del depósito Sin Queso, para
comprobar si el Queso había desaparecido realmente.
Mientras que Fisgón y Escurridizo se habían puesto en
movimiento con rapidez, Hem y Haw seguían con sus indecisiones y exclamaciones.
Despotricaban y desvariaban ante la injusticia de la
situación. Haw empezó a sentirse deprimido. ¿Qué ocurriría si el Queso seguía
sin estar allí a la mañana siguiente? Precisamente había hecho planes para el
futuro, basándose en la presencia de ese Queso.
Los liliputienses no podían creer lo que estaba ocurriendo.
¿Cómo podía haber sucedido una cosa así? Nadie les había advertido de nada. No
era justo. Se suponía que las cosas no debían ser así.
Hem y Haw regresaron aquella noche a sus casas hambrientos y
desanimados.
Pero antes de marcharse, Haw escribió en la
pared:
Al día siguiente, Hem y Haw abandonaron sus hogares y
regresaron de nuevo al depósito Sin Queso, confiando, de algún modo, en volver
a encontrar Queso.
Pero la situación no había variado; el Queso ya no estaba
allí. Los liliputienses no sabían que hacer. Hem y Haw se quedaron allí, inmovilizados
como dos estatuas.
Haw cerró los ojos con toda la fuerza que pudo y se cubrió
las orejas con las manos. Lo único que deseaba era bloquear todo tipo de
percepciones. No quería saber que la provisión de Queso había ido disminuyendo
gradualmente. Estaba convencido de que había desaparecido de repente.
Hem analizó una y otra vez la situación y, finalmente, su
complicado cerebro, con su enorme sistema de creencias, se afianzó en su
lógica.
–¿Por qué me han hecho esto? –preguntó–.
¿Qué está pasando aquí?
Haw abrió los ojos, miró a su alrededor y
dijo:
–Y, a propósito, ¿dónde están Fisgón y Escurridizo? ¿Crees
que ellos saben algo que nosotros no sepamos?
–¿Qué demonios podrían saber ellos? –replicó Hem con
sorna–. No son más que simples ratones. Escasamente responden a lo que sucede.
Nosotros, en cambio, somos liliputienses. Somos más
inteligentes que los ratones. Deberíamos poder encontrar una solución a esto.
–Sé que somos más inteligentes –asintió Haw–, pero por el
momento no parece que estemos actuando como tales. Las cosas están cambiando
aquí, Hem. Quizá también tengamos que cambiar nosotros y actuar de modo
diferente.
–¿Y por qué íbamos a tener que cambiar? –replicó Hem–.
Somos liliputienses. Somos seres especiales. Este tipo de cosas no debería
habernos ocurrido a nosotros y, si nos ha sucedido, tendríamos que sacarle al
menos algún beneficio.
–¿Y por qué crees que deberíamos obtener un
beneficio? –preguntó Haw.
–Porque tenemos derecho a ello –afirmó Hem.
–¿Derecho a qué?
–quiso saber Haw –Pues derecho a nuestro Queso.
–¿Por qué? –insistió Haw
–Pues porque no fuimos nosotros los causantes de este
problema –contestó Hem–. Alguien lo ha provocado, y nosotros deberíamos
aprovecharnos de la situación.
–Quizá lo que debamos hacer –sugirió Haw– sea dejar de
analizar tanto las cosas y ponernos a buscar algo de Queso Nuevo.
–Ah, no –exclamó Hem–. Estoy decidido a
llegar hasta el fondo de este asunto.
Mientras Hem y Haw seguían tratando de decidir que hacer,
Fisgón y Escurridizo ya hacia tiempo que se habían puesto patas a la obra.
Llegaron más lejos que nunca en los recovecos del laberinto, recorrieron nuevos
pasadizos y buscaron el queso en todos los depósitos de Queso que encontraron.
No pensaban en ninguna otra cosa que no fuese encontrar Queso
Nuevo.
No encontraron nada durante algún tiempo, hasta que
finalmente llegaron a una zona del laberinto en la que nunca habían estado con
anterioridad: el depósito de Queso N.
Lanzaron grititos de alegría. Habían encontrado lo que
estaban buscando: una gran reserva de Queso Nuevo.
Apenas podían creer lo que veían sus ojos. Era la mayor
provisión de queso que jamas hubieran visto los ratones.
Mientras tanto, Hem y Haw seguían en el depósito de Queso
Q, evaluando la situación. Empezaban a sufrir ahora los efectos de no tener
Queso. Se sentían frustrados y coléricos, y se acusaban el uno al otro por la
situación en que se hallaban.
De vez en cuando, Haw pensaba en sus amigos los ratones, en
Fisgón y Escurridizo, y se preguntaba si acaso habrían encontrado ya algo de
queso. Estaba convencido de que debían de estar pasándolo muy mal, puesto que
recorrer el laberinto de un lado a otro siempre suponía un tanto de
incertidumbre. Pero también sabia que, muy probablemente, esa incertidumbre no
les duraría mucho.
A veces, Haw imaginaba que Fisgón y Escurridizo habían
encontrado Queso Nuevo, del que ya disfrutaban. Penso en lo bueno que sería
para él emprender una aventura por el laberinto y encontrar Queso Nuevo. Casi
lo saboreaba ya.
Cuanto mayor era la claridad con la que veía su propia
imagen descubriendo y disfrutando del Queso Nuevo, tanto más se imaginaba a sí
mismo en el acto de abandonar el despósito de Queso Q.
–¡Vámonos! –exclamó entonces, de repente.
–No –se apresuró a responder Hem–. Me gusta estar aquí. Es
un sitio cómodo. Esto es lo que conozco. Además, salir por ahí fuera es
peligroso.
–No, no lo es –le replicó Haw–. En otras ocasiones
anteriores ya hemos recorrido muchas partes del laberinto y podemos hacerlo de
nuevo.
–Empiezo a sentirme demasiado viejo para eso –dijo Hem–. Y
creo que no me interesa la perspectiva de perderme y hacer el ridículo. ¿Acaso
a ti te interesa eso?
Y, con ello, Haw volvió a experimentar el temor al fracaso
y se desvaneció su esperanza de encontrar Queso Nuevo.
Así que los liliputienses siguieron haciendo cada día lo
mismo que habían hecho hasta entonces. Acudían al depósito de Queso Q, no
encontraban Queso alguno y regresaban a casa cargados únicamente con sus
preocupaciones y frustraciones.
Intentaron negar lo que estaba ocurriendo, pero cada noche
les resultaba más difícil dormir, y al día siguiente les quedaba menos energía
y se sentían más irritables.
Sus hogares ya no eran los lugares acogedores y
reconfortantes que habían sido en otros tiempos. Los liliputienses tenían
dificultades para dormir y sufrían pesadillas por no encontrar ningún Queso.
Pero Hem y Haw seguían regresando cada día al depósito de
Queso Q, donde se limitaban a esperar.
–¿Sabes? –dijo un día Hem–, si nos esforzásemos un poco más
quizá descubriríamos que las cosas no han cambiado tanto. Probablemente, el
Queso esta cerca. Es posible que lo escondieran detrás de la pared.
Al día siguiente, Hem y Haw regresaron provistos de
herramientas. Hem sostenía el cincel que Haw golpeaba con el martillo, hasta
que, tras no poco esfuerzo, lograron abrir un agujero en la pared del depósito
de Queso Q. Se asomaron al otro lado, pero no encontraron Queso alguno.
Se sintieron decepcionados, pero convencidos de poder
solucionar el problema. Así que, a partir de entonces, empezaron a trabajar más
pronto y más duro y se quedaron hasta más tarde. Pero, al cabo de un tiempo, lo
único que habían conseguido era hacer un gran agujero en la pared.
Haw empezaba a comprender la diferencia entre actividad y
productividad.
–Quizá debamos limitarnos a permanecer sentados aquí y ver
que sucede – sugirió Hem–. Tarde o temprano tendrán que devolver el Queso a su
sitio.
Haw deseaba creerlo así, de modo que cada día regresaba a
casa para descansar y luego volvía de mala gana al depósito de Queso Q, en
compañía de Hem. Pero el queso no reapareció nunca.
A estas alturas, los liliputienses ya comenzaban a sentirse
débiles a causa del hambre y del estrés. Haw estaba cansado de esperar, pues su
situación no mejoraba lo más mínimo. Empezó a comprender que, cuanto más tiempo
permanecieran sin Queso, tanto más difícil sería la situación para ellos.
Haw sabía muy bien que estaban perdiendo su
ventaja.
Finalmente, un buen día, Haw se echo a reír
de si mismo.
–Fíjate. Seguimos haciendo lo mismo de siempre, una y otra
vez, y encima nos preguntamos por que no mejoran las cosas. Si esto no fuera
tan ridículo, hasta resultaría divertido.
A Haw no le gustaba la idea de tener que lanzarse de nuevo
a explorar el laberinto, porque sabía que se perdería y no tenía ni la menor
idea de donde podría encontrar Queso. Pero no pudo evitar reír de su estupidez,
al comprender lo que le estaba haciendo su temor.
–¿Dónde dejamos las zapatillas de correr?
–le preguntó a Hem.
Tardaron bastante en encontrarlas, porque cuando habían
encontrado Queso en el depósito de Queso Q, las habían arrinconado en cualquier
parte creyendo que ya no volverían a necesitarlas.
Cuando Hem vio a su amigo calzándose las
zapatillas, le preguntó:
–No pensarás en serio en volver a internarte en ese
laberinto ¿verdad? ¿Por qué no te limitas a esperar aquí conmigo hasta que nos
devuelvan el Queso?
–Veo que no entiendes nada –contestó Haw–. Yo tampoco quise
verlo así, pero ahora me doy cuenta de que nadie nos va a devolver el Queso de
ayer. Ya es hora de encontrar Queso Nuevo.
–Pero ¿y si resulta que ahí fuera no hay ningún Queso?
–replicó Hem–. Y aunque lo hubiera, ¿y si no lo encuentras?
–Pues no sé –contestó Haw.
El también se había hecho esas mismas preguntas muchas
veces y experimentó de nuevo los temores que le mantenían donde estaba.
“¿Dónde tengo más probabilidades de encontrar Queso, aquí o
en el laberinto?”, se preguntó a sí mismo.
Se hizo una imagen mental. Se vio a sí mismo aventurándose
por el laberinto, con una sonrisa en la cara.
Aunque esta imagen le sorprendió, lo cierto es que le hizo
sentirse bien. Se imaginó perdiéndose de vez en cuando en el laberinto, pero
experimentaba la suficiente seguridad en sí mismo de que encontraría finalmente
Queso Nuevo y todas las cosas buenas que lo acompañaban. Así que, finalmente,
hizo acopio de todo su valor.
Luego, utilizó su imaginación para hacerse la imagen más
verosímil que pudiera concebir, acompañada por los detalles más realistas, de
sí mismo al encontrar y disfrutar con el sabor del Queso Nuevo.
Se imaginó comiendo sabroso queso suizo con agujeros, queso
cheddar de brillante color anaranjado, quesos estadounidenses, mozzarella
italiana, y el maravillosamente pastoso camembert francés, y…
Entonces oyó a Hem decir algo y tomó conciencia de hallarse
todavía en el depósito de Queso Q.
–A veces, las cosas cambian y ya nunca más vuelven a ser
como antes –dijo Haw–. Y ésta parece ser una de esas ocasiones. ¡Así es la
vida! Sigue adelante, y nosotros deberíamos hacer lo mismo.
Haw miró a su demacrado compañero y trató de infundirle
sentido común, pero el temor de Hem se transformó en cólera y no quiso
escucharle.
Haw no tenía la intención de ser grosero con su amigo, pero
no pudo evitar echarse a reír ante la estupidez de ambos.
Mientras se preparaba para marcharse, empezó a sentirse más
animado, sabiendo que finalmente había logrado reírse de sí mismo, dejar atrás
el pasado y seguir adelante.
Haw se echo a reír con fuerza y exclamó:
–¡Es hora de explorar el laberinto!
Hem no se rió ni dijo nada.
Antes de partir, Haw tomo una piedra pequeña y afilada y
escribió un pensamiento muy serio en la pared, para darle a Hem algo en lo que
pensar. Tal como era su costumbre, trazó incluso un dibujo de queso alrededor,
confiando en que eso le ayudara a Hem a sonreír, a tomarse la situación más a
la ligera y seguirle en la búsqueda de Queso Nuevo. Pero Hem no quiso mirar lo
escrito, que decía:
Luego, Haw asomó la cabeza por el agujero que habían
abierto y miró ansioso hacia el laberinto. Pensó en como habían llegado a esta
situación sin Queso.
Durante un tiempo había creído que bien podría no haber
nada de Queso en el laberinto, o que quizá no lo encontrara. Esas temerosas
convicciones no hicieron sino inmovilizarlo y anularlo.
Sonrió. Sabía que, interiormente, Hem seguía preguntándose
“¿Quién se ha llevado mi queso?”, pero Haw, en cambio, se preguntaba: “¿Por qué
no me levanté antes y me moví con el Queso?”
Al empezar a internarse en el laberinto, miró hacia atrás,
en dirección al lugar donde había venido y donde tantas satisfacciones había
encontrado. Casi notaba como si una parte de sí mismo se sintiera atraída hacia
atrás, el territorio que le resultaba familiar, a pesar de que ya hacía tiempo
que no encontraba allí nada de Queso.
Haw se sintió más ansioso y se preguntó si realmente
deseaba internarse en el laberinto. Escribió una frase en la pared, por delante
de él, y se quedó mirándola fijamente durante un tiempo:
Pensó en ello.
Sabía que, a veces, un poco de temor puede ser bueno.
Cuando se teme que las cosas empeoren si no se hace algo, puede sentirse uno
impulsado a la acción. Pero no es bueno sentir tanto miedo que le impida a uno
hacer nada.
Miró a la derecha, hacia la parte del laberinto donde nunca
había estado, y sintió temor.
Luego, inspiró profundamente, giró hacia la derecha y
empezó a internarse en el laberinto, caminando lentamente en dirección a lo
desconocido.
Mientras trataba de encontrar su camino, Haw pensó que
quizá había esperado demasiado tiempo en el depósito de Queso Q. Hacia ya
tantos días que no comía Queso que ahora se sentía débil. Como consecuencia de
ello, le resultó más laborioso y complicado de lo habitual el abrirse paso por
el laberinto. Decidió que, si volvía a tener la oportunidad, abandonaría antes
su zona de comodidad y se adaptaría con mayor rapidez al cambio. Eso le
facilitaría las cosas en el futuro.
Luego, esbozó una suave sonrisa al tiempo que pensaba: “Más
vale tarde que nunca”.
Durante algunos días fue encontrando un poco de Queso aquí
y allá, pero nada que durase mucho tiempo. Había confiado en encontrar Queso
suficiente para llevarle algo a Hem y animarlo a que lo acompañara en su exploración
del laberinto.
Pero Haw todavía no se sentía bastante seguro de sí mismo.
Tenía que admitir que experimentaba confusión en el laberinto. Las cosas
parecían haber cambiado desde la última vez que estuvo por allí fuera.
Justo cuando creía estar haciendo progresos, se encontraba
perdido en los pasadizos. Parecía como si efectuara su progreso a base de
avanzar dos pasos y retroceder uno. Era un verdadero desafío, pero debía
reconocer que hallarse de nuevo en el laberinto, a la búsqueda del Queso, no era
tan malo como en un principio le había parecido.
A medida que transcurría el tiempo, empezó a preguntarse si
era realista por su parte confiar en encontrar Queso Nuevo. Se preguntó si
acaso no abrigaba demasiadas esperanzas. Pero luego se echó a reír, al darse
cuenta de que, por el momento, no tenía nada que perder.
Cada vez que se notaba desanimado, se recordaba a sí mismo
que, en realidad, lo que estaba haciendo, por incómodo que fuese en ese
momento, era mucho mejor que seguir en una situación sin Queso. Al menos ahora
controlaba la situación, en lugar de dejarse llevar por las cosas que sucedían.
Entonces, se dijo a sí mismo que si Fisgón y Escurridizo
habían sido capaces de seguir adelante, ¡también podía hacerlo él!
Más tarde, al considerar todo lo ocurrido, comprendió que
el Queso del depósito de Queso Q no había desaparecido de la noche a la mañana,
como en otro tiempo creyera. Hacia el final, la cantidad de Queso que
encontraban había ido disminuyendo y lo que quedaba se había vuelto rancio. Su sabor
ya no era tan bueno.
Hasta era posible que en el Queso Viejo hubiera empezado a
aparecer moho, aunque él no se hubiera dado cuenta. Debía admitir, no obstante,
que si hubiese querido, probablemente habría podido imaginar lo que se le venía
encima. Pero no lo había hecho.
Ahora se daba cuenta de que, probablemente, el cambio no le
habría pillado por sorpresa si se hubiese mantenido vigilante ante lo que
ocurría y se hubiese anticipado al cambio. Quizá fuera eso lo que hicieron
Fisgón y Escurridizo.
Decidió que, a partir de ahora, se mantendría mucho más
alerta. Esperaría a que se produjese el cambio y saldría a su encuentro.
Confiaría en su instinto básico para percibir cuando se iba a producir el
cambio y estaría preparado para adaptarse a él. Se detuvo para descansar y
escribió en la pared del laberinto:
Algo más tarde, después de no haber encontrado Queso alguno
durante lo que le parecía mucho tiempo, Haw se encontró finalmente con un
enorme depósito de Queso que le pareció prometedor. Al entrar en él, sin
embargo, se sintió muy decepcionado al descubrir que se hallaba completamente
vacío.
“Esta sensación de vacío me ha ocurrido con demasiada
frecuencia”, pensó. Y sintió deseos de abandonar la búsqueda.
Poco a poco, perdía su fortaleza física. Sabía que estaba
perdido y temía no poder sobrevivir. Pensó en darse media vuelta y regresar
hacia el depósito de Queso Q. Al menos, si lograba llegar hasta él y Hem seguía
allí, no se sentiría tan solo. Entonces se hizo de nuevo la misma pregunta:
“¿Qué haría si no tuviera miedo?”.
Haw creía haber dejado el miedo atrás, pero en realidad
experimentaba miedo con mucha mayor frecuencia de lo que le gustaba tener que
admitir, incluso para sus adentros. No siempre estaba seguro de saber de qué
tenia miedo, pero, en el debilitado estado en que se hallaba, ahora ya sabía que
se trataba, simplemente, de miedo a seguir solo. Haw no lo sabía, pero se
retrasaba debido a que sus temerosas convicciones todavía pesaban demasiado
sobre él.
Se
preguntó si Hem se habría movido de donde estaba o continuaba paralizado por
sus propios temores. Entonces, recordó las ocasiones en que se sintió en su
mejor forma en el laberinto. Eran precisamente aquellas en las que avanzaba.
Consciente de que se trataba más de un recordatorio para sí
mismo, antes que de un mensaje para Hem, escribió esperanzado lo siguiente en
la pared:
Haw miró hacia el oscuro pasadizo y percibió el temor que
sentía. ¿Qué habría allá delante? ¿Estaría vacío? O, lo que era peor, ¿le
acechaban peligros ignotos? Empezó a imaginar todas las cosas aterradoras que
podían ocurrirle. El mismo se infundía un miedo mortal.
Entonces, se echó a reír de sí mismo. Se dio cuenta de que
sus temores no hacían sino empeorar las cosas. Así pues, hizo lo que haría si
no tuviera miedo. Echó a caminar en una nueva dirección.
Al iniciar el descenso por el oscuro pasadizo, sonrió.
Todavía no se daba cuenta, pero empezaba a descubrir que era lo que nutría su
alma. Se dejaba llevar y confiaba en lo que le esperaba más adelante, aunque no
supiera exactamente qué era.
Ante su sorpresa, Haw empezó a disfrutar
cada vez más. “¿Cómo es posible que me sienta tan bien? –se preguntó–. No tengo
Queso alguno y no sé a donde voy” Al cabo de poco tiempo, supo por que se
sentía bien.
Se detuvo para escribir de nuevo sobre la
pared:
Haw se dio cuenta de que había permanecido prisionero de su
propio temor. El hecho de moverse en una nueva dirección lo había liberado.
Ahora notó la brisa fría que soplaba en esta parte del
laberinto y que le refrescaba. Respiró profundamente y se sintió vigorizado por
el movimiento. Una vez superado el miedo, resultó que podía disfrutar mucho más
de lo que hubiera creído posible.
Haw no se sentía tan bien desde hacia mucho tiempo. Casi se
le había olvidado lo muy divertido que podía ser lanzarse a la búsqueda de
algo.
Para mejorar aún más las cosas, empezó a formarse de nuevo
una imagen en su mente. Se vio a sí mismo con gran detalle realista, sentado en
medio de un motón de sus quesos favoritos, desde el cheddar hasta el brie. Se
imaginó comiendo tanto queso como quisiera y se regodeó con esa imagen. Luego,
pensó en lo mucho que disfrutaría con estos exquisitos sabores.
Cuanto más claramente concebía la imagen de sí mismo
disfrutando con Queso Nuevo, tanto más real y verosímil se hacía ésta. Estaba
seguro de que terminaría por encontrarlo.
Escribió entonces:
Haw siguió pensando en lo que podía ganar, en lugar de
detenerse a pensar en lo que perdía.
Se preguntó por que siempre le había parecido que un cambio
le conduciría a algo peor. Ahora se daba cuenta de que el cambio podía conducir
a algo mejor.
“¿Por qué no me di cuenta antes?”, se
preguntó a sí mismo.
Luego, siguió caminando presuroso por el laberinto,
infundido de nueva fortaleza y agilidad. Al cabo de poco tiempo distinguió un
depósito de Queso y se sintió muy animado al observar pequeños trozos de Queso
Nuevo cerca de la entrada.
Encontró tipo de Queso que nunca había visto con
anterioridad, pero que ofrecían un aspecto magnífico. Los probó y le parecieron
deliciosos. Se comió la mayor parte de los trozos de Queso Nuevo que encontró y
se guardó unos pocos para comerlos más tarde y quizás compartirlos con Hem.
Empezó a recuperar su fortaleza.
Entró en el depósito de Queso sintiéndose muy animado.
Pero, para su consternación, descubrió que estaba vacía. Alguien más había
estado ya allí, dejando sólo unos pocos trozos de Queso Nuevo.
Llegó a la conclusión de que, si hubiera llegado antes, muy
probablemente habría encontrado una buena provisión de Queso Nuevo.
Decidió regresar para comprobar si Hem se animaba a unirse
a él en la búsqueda de Queso Nuevo.
Mientras volvía sobre sus pasos, se detuvo
y escribió en la pared:
Al cabo de un rato, Haw inició el regreso al depósito de
Queso Q y encontró a Hem, a quien ofreció unos trozos de Queso Nuevo, que éste
rechazó.
Hem aprecio el gesto de su amigo, pero le
dijo:
-No creo que me vaya a gustar el Queso Nuevo. No es a lo
que estoy acostumbrado. Quiero que me devuelvan mi propio Queso, y no voy a cambiar hasta que no consiga lo que deseo.
Haw se limitó a sacudir la cabeza con pesar, decepcionado.
Algo más tarde, de mala gana, volvió a marcharse solo. Mientras regresaba hasta
el punto más alejado que había alcanzado en el laberinto, echó de menos a su
amigo, pero esos pensamientos desaparecieron en cuanto se dio cuenta de lo
mucho que le agradaba lo que estaba descubriendo. Antes incluso de encontrar lo
que confiaba fuese una gran provisión de Queso Nuevo, si es que la encontraba
alguna vez, ya sabía que no era únicamente el tener Queso lo que le hacía
sentirse feliz.
Se sentía feliz por el simple hecho de no permitir que el
temor dictaminara sus decisiones. Le gustaba lo que estaba haciendo ahora.
Consciente de ello, Haw no se sintió tan débil como cuando
estaba en el depósito de Queso Q, sin Queso. Experimentó la sensación de tener
nuevas fuerzas por el simple hecho de saber que no iba a permitir que su temor
le detuviera, y que había tomado una nueva dirección, alimentado por ese
conocimiento.
Ahora, estaba convencido de que encontrar lo que necesitaba
sólo era cuestión de tiempo. De hecho, tuvo la impresión de haber descubierto
ya lo que andaba buscando.
Sonrió al darse cuenta:
Tal como le sucediera antes, comprendió que aquello de lo
que se tiene miedo nunca es tan malo como lo que uno se imagina. El temor que
se acumula en la mente es mucho peor que la situación que existe en realidad.
Al principio de su nueva búsqueda experimentó tanto miedo
de no encontrar nunca Queso Nuevo que ni siquiera deseó empezar a buscarlo.
Pero lo cierto es que, desde que iniciara su viaje, había encontrado en los
pasadizos Queso suficiente para continuar la búsqueda. Ahora, esperaba con
ilusión encontrar más. El simple hecho de mirar hacia delante ya resultaba
estimulante.
Su antigua forma de pensar se había visto nublada por sus
preocupaciones y temores. Antes solía pensar en no tener Queso suficiente o en
que éste no durase tanto como deseaba. Pensaba más en lo que pudiera salir mal
que en lo que podía salir bien.
Pero eso cambio por completo desde que saliera por primera
vez del depósito de Queso Q.
Antes pensaba que nunca deberían haberles cambiado el Queso
de sitio y que ese cambio no era justo.
Ahora se daba cuenta de que era natural que el cambio se
produjese continuamente, tanto si uno lo esperaba como si no. El cambio sólo le
sorprende a uno si no lo espera ni cuenta con él.
Al comprender repentinamente que habían cambiado sus
convicciones, se detuvo para escribir en la pared:
Haw no había encontrado aún Queso, pero mientras recorría
el laberinto pensó en todo lo aprendido hasta entonces.
Ahora comprendía que sus nuevas convicciones estaban
favoreciendo la adopción de nuevos comportamientos. Se comportaba de modo muy
diferente a como lo hacía cuando regresó al depósito sin Queso, en busca de
Hem.
Sabía que, al cambiar las convicciones,
también se cambia lo que se hace.
Uno puede estar convencido de que un cambio le causará daño
y resistirse por tanto al mismo; o bien puede creer que encontrar Queso Nuevo
le ayudará, y entonces acepta el cambio.
Todo depende de lo que uno prefiera creer. Así que escribió
en la pared:
Haw sabía ahora que habría estado en mejor forma si hubiera
afrontado el cambio mucho más rápidamente y abandonado antes el depósito de
Queso Q. Se habría sentido más fuerte de cuerpo
y espíritu y podría haber afrontado mucho mejor el desafío de encontrar
Queso Nuevo. De hecho, quizá ya lo habría encontrado a estas alturas si hubiese
esperado el cambio y permanecido atento, en lugar de desperdiciar el tiempo
negando que ese cambio ya se había producido.
Utilizó de nuevo su imaginación y se vio a sí mismo descubriendo
y saboreando el Queso Nuevo. Decidió continuar por las zonas más desconocidas
del laberinto y encontró pequeños trozos de queso aquí y allá. Haw empezó a
recuperar su fortaleza y seguridad en sí mismo.
Al pensar en el lugar del que procedía, se sintió contento
de haber escrito frases en la pared, en tantos lugares diferentes de su
andadura. Confiaba en que eso sirviera como una especie de sendero marcado que
Hem pudiera seguir a través del laberinto, si es que alguna vez se decidía a
abandonar el depósito de Queso Q.
Haw sólo confiaba en estar dirigiéndose en la dirección
correcta. Pensó en la posibilidad de que Hem leyera las frases escritas en la
pared y encontrara su camino.
Escribió en la pared lo que venía pensando
desde hacia algún tiempo:
Para entonces, Haw ya se había desprendido del pasado y se
estaba adaptando con efectividad al presente.
Continuó por el laberinto con mayor fortaleza y velocidad.
Y, entonces, no tardó en suceder lo que tanto anhelaba.
Cuando ya tenía la impresión de estar perdido en el laberinto
desde hacía una eternidad, su viaje, o al menos esta parte del mismo, terminó
felizmente y con sorprendente rapidez.
Haw siguió por un pasadizo que le resultaba nuevo, dobló
una esquina y allí encontró el Queso Nuevo en el depósito de Queso N.
Al entrar en él, quedó asombrado ante lo que vio. Allí
amontonado estaba el mayor surtido de Queso que hubiera visto jamás. No
reconoció todos los que vio, ya que algunas clases eran nuevas para él.
Por un momento, se preguntó si se trataba de algo real o
sólo era el producto de su imaginación, hasta que descubrió la presencia de sus
viejos amigos Fisgón y Escurridizo.
Fisgón le dio la bienvenida con un gesto de la cabeza, y
Escurridizo hasta lo saludó con una de sus patas. Sus pequeños y gruesos
vientres demostraban que ya llevaban allí desde hacía algún tiempo.
Haw los saludó con rapidez y pronto se dedicó a probar
bocados de cada uno de sus Quesos favoritos. Se quitó las zapatillas de correr,
les ató los cordones y se las colgó al cuello por si acaso las necesitaba de
nuevo. Fisgón y Escurridizo se echaron a reír. Asintieron con gestos de cabeza,
como muestra de admiración. Luego, Haw se lanzó hacia el Queso Nuevo. Una vez
que se hartó, levantó un trozo de Queso fresco e hizo un brindis.
–¡Viva el cambio!
Mientras disfrutaba del Queso nuevo,
reflexionó sobre lo que había aprendido.
Comprendió que en aquellos momentos en los que temía
cambiar, no había hecho sino aferrarse a la ilusión de que el Queso Viejo ya no
estaba allí.
Entonces, ¿qué le había hecho cambiar? ¿Acaso el temor de
morir de hambre? No pudo evitar una sonrisa al pensar que, en efecto, eso le
había ayudado.
Luego se echó a reír al darse cuenta de que había empezado
a cambiar en cuanto aprendió a reírse de sí mismo y de todo lo que hacia mal.
Comprendió que la forma más rápida de cambiar consistía en reírse de la propia
estupidez, pues sólo así puede uno desprenderse de ella y seguir rápidamente su
camino.
Era consciente de haber aprendido algo útil de sus amigos
ratones, Fisgón y Escurridizo, algo importante sobre seguir adelante. Ellos
procuraban que la vida fuese simple. No analizaban en exceso ni
supercomplicaban las cosas. En cuanto cambió la situación y el Queso cambió de
sitio, ellos también cambiaron y se trasladaron con el Queso. Eso era algo que
nunca olvidaría.
Haw también había utilizado su maravilloso cerebro para
hacer aquello que los liliputienses saben hacer mejor que los ratones.
Se imaginó a si mismo, con todo detalle realista,
encontrando algo mejor…, mucho mejor.
Reflexionó sobre los errores que había cometido en el
pasado y los utilizó para planificar para el futuro. Ahora sabía que se puede
aprender a afrontar el cambio.
Se puede ser más consciente de la necesidad de procurar que
las cosas sean simples, de ser flexible y moverse con rapidez.
No hay necesidad alguna de supercomplicar las cosas o de
confundirse uno mismo con temerosas creencias.
Hay que permanecer atento para detectar cuando empiezan los
pequeños cambios y estar así mejor preparado para el gran cambio que puede
llegar a producirse.
Conocía ahora la necesidad de adaptarse con mayor rapidez,
pues si uno no se adapta a tiempo, es muy posible que ya no pueda hacerlo.
Debía de admitir que el mayor inhibidor del cambio se
encuentra dentro de uno mismo, y que nada puede mejorar mientras no cambie uno
mismo.
Y, quizá lo más importante, se dio cuenta de que siempre
hay Queso nuevo ahí fuera, tanto si uno sabe reconocerlo a tiempo como si no. Y
que uno se ve recompensado con él en cuanto se dejan atrás los temores y se
disfruta con la aventura.
También sabía que es necesario respetar algunos temores,
capaces de evitarle a uno el verdadero peligro. Pero ahora comprendía que la
mayoría de sus temores eran irracionales y que le habían impedido cambiar
cuando más lo necesitaba.
En su momento no le gustó admitirlo, pero sabía que el
cambio había resultado ser una bendición disfrazada, puesto que le condujo a
encontrar un Queso mejor.
Había descubierto incluso una mejor parte
de sí mismo.
Al recordar todo lo aprendido, pensó en su amigo Hem. Se
preguntó si habría leído algunas de las frases escritas en la pared del
depósito Q y a lo largo de todo el camino seguido a través del laberinto.
¿Había tomado Hem la decisión de desprenderse del pasado y
seguir adelante? ¿Había entrado en el laberinto y descubierto que podía mejorar
su vida?
¿O se encontraba todavía paralizado porque
no quería cambiar?
Haw pensó en
regresar al depósito de Queso Q, para ver si podía encontrar a Hem, confiando
en su capacidad para regresar de nuevo hasta aquí. Penso que si hablaba con Hem
podría mostrarle como salir de la difícil situación en que se hallaba. Pero
entonces comprendió que ya había intentado que su amigo cambiara.
Hem tendría que encontrar su propio camino, ir más allá de
sus propias comodidades y temores. Eso era algo que nadie podría hacer por él,
de lo que nadie podría convencerlo. De algún modo tenía que comprender la
ventaja de cambiar por sí mismo.
Haw sabía que había dejado atrás un rastro para Hem, y que
si éste quería, encontraría el camino limitándose a leer las frases escritas en
la pared.
Se acercó ahora a la pared más grande del depósito de Queso
N y escribió un resumen de todo lo aprendido. Dibujó primero un gran trozo de
queso y en su interior escribió las frases. Luego, al repasar lo escrito,
sonrió:
Haw comprendió lo lejos que había llegado desde la última
vez que estuviera con Hem, en el depósito de Queso Q, pero sabía que le
resultaría muy fácil volver atrás si se dormía en los laureles. Así que cada
día inspeccionaba con atención el depósito de Queso N, para comprobar en que
estado se encontraba su Queso. Estaba dispuesto a hacer todo lo que pudiera
para evitar verse sorprendido por un cambio inesperado.
Aunque disponía de un gran suministro de Queso, realizó
frecuentes salidas por el laberinto, dedicándose a explorar zonas nuevas, para
mantenerse en contacto con lo que estaba sucediendo a su alrededor. Sabía que
era mucho más seguro conocer lo mejor posible las verdaderas alternativas de
que disponía, antes de aislarse en su zona de comodidad.
En una de tales ocasiones, escuchó lo que le pareció el
sonido de un movimiento allá al fondo, en los recovecos del laberinto. A medida
que el sonido se hizo más intenso, se dio cuenta de que se acercaba alguien.
¿Podía ser Hem, que llegaba?¿Estaría a punto de doblar la
esquina más cercana?
Haw rezó una breve plegaria para sus adentros y se limitó a
confiar, como tantas veces hiciera últimamente, en que quizá, por fin, su amigo
fuera finalmente capaz de…
Fin…
¿O acaso es sólo un nuevo principio?
Un debate
Algo más tarde, ese mismo
día
Cuando Michael termino de contar la historia, miró a su
alrededor y observó que sus antiguos compañeros de clase le sonreían.
Varios le dieron las gracias y le aseguraron que sacarían
buen provecho de aquella narración.
–¿Qué os parecería si nos reuniéramos más tarde para
comentarla un poco? – le planteó Nathan al grupo.
La mayoría de ellos contestaron que les encantaría hablar
sobre lo que acababan de escuchar, así que dispusieron encontrarse más tarde
para tomar una copa antes de cenar.
Esa noche, reunidos en el salón del hotel, empezaron a
bromear unos con otros acerca de encontrar su “Queso” y verse a sí mismos
metidos en el laberinto.
Entonces, con toda naturalidad, Angela
preguntó a los miembros del grupo:
–Y bien, ¿quiénes erais cada uno de vosotros en la
narración?¿Fisgón, Escurridizo, Hem o Haw?
–Precisamente esta tarde me dediqué a pensar en eso
–contesto Carlos–. Recuerdo con claridad una época, antes de que iniciara mi
empresa de artículos deportivos, en la que tuve un duro encontronazo con el
cambio.
“En aquella situación no fui Fisgón, desde luego, porque no
husmeé la situación ni detecté a tiempo el cambio que se estaba produciendo y
ciertamente tampoco fui Escurridizo: no entré en acción inmediatamente.
“Más bien fui como Hem, que quería permanecer en territorio
conocido. Lo cierto es que… Lo cierto es que no quería tener nada que ver con
el cambio. Ni siquiera deseaba verlo.
Michael, para quien el tiempo no parecía haber transcurrido
desde los años que él y Carlos fueron tan buenos amigos en la escuela,
preguntó:
–¿De qué estas hablando, amigo?
–De un inesperado cambio de trabajo
–contestó Carlos.
–¿Te despidieron? –preguntó Michael
echándose a reír.
–Bueno, digamos que no quería salir ahí fuera a buscar
Queso Nuevo. Creí tener una buena razón por la que el cambio no me ocurriría a
mi. Así que, cuando sucedió, me sentí bastante alterado.
Algunos
de los antiguos compañeros, que habían guardado silencio al principio, se
sintieron más cómodos ahora y empezaron a hablar, incluido Frank, que
pertenecía a las Fuerzas Armadas.
–Hem me recuerda a un amigo mío –dijo Frank–. Iban a cerrar
su departamento, pero él no quiso darse por enterado. No hacían más que
resituar a su gente en otros departamentos. Todos tratamos de convencerlo de
las múltiples oportunidades que existían en la empresa para quienes estuvieran
dispuestos a ser flexibles, pero a él no le pareció necesario cambiar. Fue el
único sorprendido cuando finalmente cerraron su departamento. Ahora lo esta
pasando muy mal, tratando de adaptarse a un cambio que no creía que pudiera
producirse.
–Yo tampoco creía que pudiera suceder a mí –dijo Jessica–,
pero lo cierto es que también han cambiado mi “Queso” de sitio en más de una
ocasión, sobre todo en mi vida personal, aunque de eso podemos hablar más tarde
si queréis.
Algunos del grupo se echaron a reír,
excepto Nathan.
–Quizá se trate precisamente de eso –dijo Nathan–. El
cambio es algo que nos ocurre a todos. Me habría gustado que mi familia escuchara
mucho antes esta fábula del Queso. Lamentablemente, no quisimos ver los cambios
que se nos avecinaban en nuestro negocio y ahora ya es demasiado tarde, porque
vamos a tener que cerrar muchas de nuestras tiendas.
La noticia sorprendió a muchos miembros del grupo,
convencidos de que Nathan era muy afortunado por dirigir un negocio en cuyos
beneficios y buena marcha podía confiar, año tras año.
–¿Qué ocurrió? –quiso saber Jessica
–Nuestra cadena de pequeñas tiendas se quedó repentinamente
anticuada cuando llegaron los grandes supermercados a la ciudad, con sus
enormes existencias y bajos precios. Simplemente, no pudimos competir con
ellos.
“Ahora me doy cuenta de que, en lugar de ser como Fisgón y
Escurridizo, fuimos como Hem. Nos quedamos donde estabamos y no cambiamos.
Tratamos de ignorar lo que estaba sucediendo y ahora nos vemos metidos en
graves problemas. Podríamos haber aprendido un buen para de lecciones de Haw ya
que, ciertamente, no fuimos capaces de reírnos de nosotros mismos y cambiar lo
que estabamos haciendo.
Laura, que había llegado a convertirse en una importante
mujer de negocios, había escuchado con atención, pero sin intervenir. Ahora
dijo:
–Esta tarde también he pensado en esa narración. Me
pregunté como podía ser más como Haw y ver que estaba haciendo mal, reír de mi
misma, cambiar y conseguir que las cosas fuesen mejor. Siento curiosidad
–añadió tras una pausa– ¿Cuántos de los presentes tenéis miedo al cambio?
–Nadie respondió, así que sugirió–: ¿Qué os parece si levantáis la mano?
Sólo se levantó una mano.
–Bueno, por lo menos contamos con una persona sincera en el
grupo –dijo Laura–. Quizá os guste más la siguiente pregunta: ¿cuántos, de los
aquí presentes, creen que los demás le tienen miedo al cambio?
Prácticamente todos levantaron la mano. Fue entonces cuando
se echaron a reír.
–¿Qué nos enseña eso?
–Negación –contestó Nathan.
–Desde luego –admitió Michael–. A veces ni siquiera somos
conscientes de que tenemos miedo. Yo sé que lo tuve. Al escuchar el cuento por
primera vez, me encantó aquella pregunta que Haw se hace en un momento
determinado: “¿Que haría si no tuviese miedo?”.
–Lo que yo he sacado en claro –dijo Jessica– es que el
cambio ocurre en todas partes y que haré mucho mejor en adaptarme a él con
rapidez en cuanto ocurra.
“Recuerdo lo sucedido hace años, cuando nuestra empresa
vendía las enciclopedias que producíamos como un conjunto de más de veinte
libros. Una persona intentó convencernos de que debíamos introducir toda la
enciclopedia en un solo disco de ordenador y venderlo por una fracción del
precio que cobrábamos. Nos aseguró que de ese modo sería más fácil actualizar,
nos costaría mucho menos que fabricar y habría mucha más gente capaz de
comprarla. Pero todos nos resistimos a aceptar la idea.
–¿Por qué os resististeis? –quiso saber
entonces Nathan.
–Porque todos estabamos convencidos de que la espina dorsal
de nuestro negocio se encontraba en nuestro gran equipo de ventas, dedicado a
visitar a la gente puerta a puerta. El mantenimiento del equipo de ventas
dependía de las grandes comisiones que se ganaban, gracias al elevado precio de
nuestro producto. Llevábamos haciendo lo mismo con éxito desde hacia muchos
años, y creímos poder seguir haciéndolo para siempre.
–Quizá la historia de Hem y Haw se refiriese a eso cuando
habla de la arrogancia del éxito –comentó Laura–. No se dieron cuenta de que
necesitaban cambiar algo que hasta entonces había funcionado muy bien.
–Y pensasteis que vuestro viejo Queso era
vuestro único Queso.
–En efecto, y quisimos aferrarnos a eso.
–Al pensar ahora en lo que nos ocurrió, comprendo que no se
trata únicamente de que “nos cambiaran el Queso de sitio”, sino de que el Queso
parece tener vida propia y, finalmente, se acaba.
“En cualquier caso, lo cierto es que no cambiamos. Pero un
competidor si cambió y nuestras ventas se hundieron. Pasamos por momentos muy
difíciles. Ahora se está produciendo otro gran cambio tecnológico en la
industria y parece como si en la empresa no hubiera nadie dispuesto a tomar
conciencia de ello. Las perspectivas no son nada buenas y creo que pronto me
quedaré sin trabajo.
–¡Es hora de explorar el laberinto! –exclamó
Carlos.
Todos se echaron a reír, incluida Jessica.
Carlos se volvió hacia ella y le dijo:
–Es bueno que seas capaz de reír de ti
misma.
–Eso fue precisamente lo que yo saqué en claro del relato
–intervino Frank–. Tiendo a tomarme demasiado en serio a mí mismo. Observé como
Haw cambió cuando finalmente pudo reír de sí mismo y de lo que estaba haciendo.
No es nada extraño que lo llamaran Haw.
–¿Creéis que Hem cambió alguna vez y encontró el Queso
Nuevo? –preguntó Angela.
–Yo diría que sí –contestó Elaine.
–Pues yo no estoy tan segura –dijo Cory–. Algunas personas
no cambian nunca, y pagan por ello un precio muy alto. En mi consulta medica
veo a gente como Hem. Se sienten con derecho a disfrutar de su “Queso”. Cuando
se les arrebata, se sienten como víctimas y le echan la culpa a los otros.
Enferman con mucha mayor frecuencia que aquellas otras personas que dejan atrás
el pasado y siguen avanzando.
Entonces, casi como si hablara consigo mismo, Nathan dijo en
voz baja:
–Supongo que la cuestión es: ¿de qué necesitamos
desprendernos y hacia qué necesitamos seguir avanzando?
Durante un rato, nadie dijo nada.
–Debo admitir –siguió diciendo Nathan– que me di cuenta de
lo que estaba sucediendo con tiendas como la nuestra en otras partes del país,
pero confiaba en que eso no nos afectaría a nosotros. Supongo que es mucho
mejor iniciar el cambio mientras aún se puede, en lugar de tratar de reaccionar
y adaptarse a él una vez que ha ocurrido. Quizá seamos nosotros mismos los que
debamos cambiar de sitio nuestro Queso.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Frank.
–No dejo de preguntarme donde estaríamos hoy si hubiéramos
vendido la propiedad donde se hallaban instaladas nuestras viejas tiendas y
hubiésemos construido un gran supermercado capaz de competir con el mejor de
ellos.
–Quizá Haw se refirió a eso al escribir en la pared algo
así como “Saborea la aventura y muévete con el Queso” –comentó Laura.
–Creo que algunas cosas no deberían cambiar –dijo Frank–.
Por ejemplo, deseo aferrarme a mis valores básicos. No obstante, ahora
comprendo que estaría mucho mejor, si me hubiera movido antes en la vida,
siguiendo al “Queso”.
–Bueno, Michael, ha sido una bonita parábola –intervino
Richard, el escéptico de la clase–, pero ¿cómo la pusiste en práctica en tu
empresa?
El grupo no lo sabia aún, pero el propio Richard también
estaba experimentando algunos cambios. Recientemente se había separado de su
esposa y ahora trataba de compaginar su carrera profesional con la educación de
sus hijos adolescentes.
–Bueno –contestó Michael–, pensé que mi trabajo consistía
simplemente en gestionar los problemas cotidianos tal como se presentaban. Lo
que debía haber hecho, en realidad, era mirar hacia delante y prestar atención
a lo que sucedía a mi alrededor.
“¡Y vaya si gestionaba los problemas! ¡Durante veinticuatro
horas al día! No resultaba muy divertido estar a mi lado. Me encontraba en
medio de una competencia feroz de la que no podía salir.
–Lo que hacías era gestionar –le dijo Laura–, cuando
deberías haberte dedicado a dirigir.
–Exactamente –asintió Michael–. Entonces, al escuchar el
cuento de ¿Quién se ha llevado mi queso?,
me di cuenta de que mi trabajo debía ser el de trazar una imagen del “Queso
Nuevo” que todos deseáramos alcanzar, para que pudiéramos disfrutar cambiando y
teniendo éxito, ya fuese en el trabajo o en la vida.
–¿Qué hiciste en el trabajo? –preguntó
Nathan.
–Bueno, al preguntar a la gente de nuestra empresa con qué
personajes de la narración se identificaban, comprendí que en nuestra
organización se hallaban representados los cuatro personajes. Empecé a ver a
los Fisgones y a los Escurridizos, a los Hem y los Haw, a cada uno de los
cuales había que tratar de un modo diferente.
“Nuestros Fisgones eran capaces de olfatear los cambios que
se estaban produciendo en el mercado, así que nos ayudaron a actualizar nuestra
visión empresarial. Los animamos a identificar en que podían desembocar
aquellos cambios, en cuanto a nuevos productos y servicios deseados por
nuestros clientes. Eso les encantó, y nos hicieron saber que les entusiasmaba
trabajar en una empresa capaz de reconocer el cambio y adaptarse a tiempo.
“A los Escurridizos les gustaba hacer las cosas, así que se
los animó a hacerlas, basándose en la nueva visión empresarial. Sólo
necesitaban un poco de control para que no se apresuraran a seguir una
dirección equivocada. Se los recompensó entonces por aquellas acciones que nos
aportaban Queso Nuevo, y a ellos les encantó trabajar en una empresa que
valoraba la acción y los resultados.
–¿Y que me dices de los Hem y los Haw?
–preguntó Angela.
–Lamentablemente, los Hem eran las anclas que nos
dificultaban el avance – contestó Michael–. O bien se sentían demasiado cómodos
o bien le tenían demasiado miedo al cambio. Algunos de ellos sólo cambiaron
cuando captaron la visión razonable que les presentamos, en la que se
demostraba como el cambio funcionaría en su propio beneficio.
“Nuestros Hem nos dijeron que deseaban trabajar en un lugar
en el que se sintieran seguros, de modo que los cambios habían de tener sentido
para ellos y aumentar su sensación de seguridad. Al comprender el verdadero
peligro que les acechaba si no cambiaban, algunos lo hicieron y les fue bien.
La visión empresarial nos ayudó a transformar a muchos de nuestros Hem en Haw.
–¿Qué hicisteis con los Hem que no
cambiaron? –preguntó Frank.
–Tuvimos que despedirlos –contestó Michael con pesar–.
Queríamos conservar a todos nuestros empleados, pero sabíamos que si nuestro
negocio no se transformaba con suficiente rapidez, todos sufriríamos las
consecuencias y tendríamos graves problemas.
“Lo mejor de todo es que, si bien al principio nuestros Haw
se mostraron vacilantes, fueron lo bastante abiertos para aprender algo nuevo,
actuar de modo diferente y adaptarse a tiempo para ayudarnos a tener éxito.
“Pasaron a esperar el cambio y hasta lo buscaron
activamente. Al comprender la naturaleza humana, nos ayudaron a pintar una
visión realista del Queso Nuevo. Una visión que tenia sentido común
prácticamente para todos.
“Nos dijeron que querían trabajar en una organización que
diera a la gente seguridad en sí misma y herramientas para el cambio. Y nos
ayudaron a conservar nuestro sentido del humor, al tiempo que íbamos tras
nuestro Queso Nuevo.
–¿Y sacaste todo eso de un cuento tan
sencillo? –preguntó Richard.
–No fue el cuento, sino aquello que hicimos de modo
diferente, basándonos en lo que tomamos de él –contestó Michael con una
sonrisa.
–Yo soy un poco como Hem –admitió Angela–, así que, para
mí, la parte más poderosa de la narración fue el momento en que Haw se ríe de
sus propios temores y se hace una imagen en su mente en la que se ve a sí mismo
disfrutando de “Queso Nuevo”. Eso le permitió adentrarse en el laberinto con
menos temor y disfrutar más de la aventura. Y finalmente le fueron mejor las
cosas. Eso es lo que casi siempre deseo hacer.
–De modo que hasta los Hem comprenden a veces las ventajas
del cambio – comentó Frank con una sonrisa burlona.
–Como la ventaja de conseguir un buen aumento de sueldo
–añadió Angela con picardía.
Richard, que no había dejado de mantener el ceño fruncido
durante toda la conversación, dijo ahora:
–Mi
director no hace más que decirme que nuestra empresa necesita cambiar. Creo que
me quiere dar a entender que soy yo
el que necesita cambiar, pero quizá no lo haya querido comprender así hasta
ahora. Supongo que en ningún momento me di cuenta de que era eso del “Queso
Nuevo”, o de lo que el director trataba
de decirme. Oh, creo que haberlo comprendido me va a venir muy bien.
Una ligera sonrisa cruzó por la cara de Richard, que al cabo
de un rato añadió:
–Debo admitir que me agrada esa idea de ver “Queso Nuevo” y
de imaginarme disfrutando con su sabor. Eso me anima mucho. En cuanto uno
comprende como se pueden mejorar las cosas, se interesa más por conseguir que
se produzca el cambio. Quizá pudiera utilizar eso en mi vida personal –añadió–.
Mis hijos parecen pensar que nada en su vida debería cambiar nunca. Supongo que
actúan como Hem y que se sienten coléricos. Probablemente, temen lo que les
depare el futuro. Quizá no les haya pintado una imagen muy realista del “Queso
Nuevo”, probablemente porque ni siquiera yo mismo la he podido ver.
El grupo guardó silencio, mientras varios de los presentes
pensaban en sus propias vidas.
–Bueno –dijo finalmente Jessica–, la mayoría de la gente
habla sobre puestos de trabajo, pero mientras escuchaba contar la historia
pensé en mi vida personal. Creo que mi relación actual es “Queso Viejo” que
esta muy enmohecido.
Cory se echó a reír, mostrándose muy de
acuerdo.
–A mi me ocurre lo mismo. Probablemente necesito
desprenderme de una mala relación.
–O, quizá, el “Queso Viejo” no sea más que viejos
comportamientos –intervino Angela–. De lo que realmente necesitamos
desprendernos es del comportamiento que provoca nuestra mala relación, y pasar
luego a una mejor forma de pensar y de actuar.
–Buena observación –reaccionó Cory–. El queso nuevo puede
ser una relación nueva con la misma persona.
–Empiezo a pensar que en todo esto hay mucho más de lo que
me imaginaba –dijo Richard–. Me gusta la idea de desprenderme del
comportamiento antiguo, en lugar de dejar la relación. Repetir el mismo
comportamiento no hará sino obtener los mismos resultados.
“Por lo que se refiere al trabajo, quizá en lugar de
cambiar de puesto de trabajo debería cambiar mi forma de hacer el trabajo.
Probablemente, si lo hubiera hecho antes así, ahora ya ocuparía un mejor
puesto”
Becky, que vivía en otra ciudad, pero que había vuelto para
participar en la reunión dijo:
–Mientas escuchaba la narración y los comentarios que
hacíais, no he podido evitar reír de mi misma. He sido una Hem durante mucho
tiempo, temerosa del cambio. No sabía que hubiera tanta gente que hiciera lo
mismo. Temo haber transmitido esa actitud a mis hijos, sin siquiera saberlo.
“Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que el cambio puede
conducir realmente a un lugar nuevo y mejor, aunque en el momento en que se
avecina no lo parezca así y tengamos miedo.
“Recuerdo lo que sucedió el año en que nuestro hijo ingresó
en el primer curso de la escuela superior. El trabajo de mi esposo nos obligó a
trasladarnos desde Illinois a Vermont y nuestro hijo se alteró bastante porque
tenía que dejar a sus amigos. Era muy buen nadador y la escuela superior de
Vermont no contaba con equipo de natación. Así que se enojó mucho con nosotros
por obligarlo a acompañarnos.
“Resultó que se enamoró de las montañas de Vermont, empezó
a esquiar, ingresó en el equipo de esquí del colegio y ahora vive felizmente en
Colorado.
“Si todos hubiéramos disfrutado juntos de esta historia del
Queso, tomando una buena taza de chocolate caliente, le habríamos ahorrado
mucho estrés a nuestra familia.
–En cuanto regrese a casa se la contaré a mi familia –dijo
Jessica–. Les preguntaré a mis hijos quién creen que soy, si Fisgón,
Escurridizo, Hem o Haw; y quiénes creen ser ellos mismos. Podemos hablar sobre
lo que nuestra familia percibe como Queso Viejo y cuál podría ser para nosotros
el Queso Nuevo.
–Esa si que es una buena idea –admitió Richard,
sorprendiendo a todos, incluso a sí mismo.
–Creo que me voy a parecer más a Haw –comentó Frank–.
Procuraré cambiar de sitio con el Queso y disfrutarlo. Y también les voy a
contar esta narración a mis amigos, a los que les preocupa abandonar el
Ejercito y lo que ese cambio puede significar para ellos. Eso podría
conducirnos a algunas discusiones bastante interesantes.
–El caso es que así fué como mejoramos nuestra empresa
–dijo Michael–. Mantuvimos varias reuniones de análisis acerca de lo que
podíamos sacar en limpio de la fábula del Queso y como podíamos aplicarla a
nuestra propia situación.
“Fue estupendo porque, al hacerlo así, tuvimos a nuestra
disposición una forma de hablar y de entendernos acerca de cómo afrontar el
cambio que hasta resultó divertida. Fue algo muy efectivo, sobre todo después de
que empezara a difundirse más profundamente por la empresa.
–¿Qué quieres decir con eso de “más profundamente”? –preguntó
Nathan.
–Bueno, cuanto más lejos llegábamos en nuestra
organización, tanta más gente encontrábamos con la sensación de tener menos poder.
Comprensiblemente, sentían más temor ante lo que el cambio pudiera imponerles
desde arriba. Por eso se resistían al cambio.
“En resumidas cuentas, que un cambio impuesto despierta
oposición. Pero cuando compartimos la narración del Queso con prácticamente
todos los que trabajaban en nuestra organización, eso nos ayudó a transformar
nuestra forma de considerar el cambio. Ayudó a todos a reír, o al menos a
sonreír ante los viejos temores y a experimentar el deseo de seguir adelante.
“Sólo desearía haberla escuchado antes
–terminó diciendo Michael.
–¿Cómo es eso? –preguntó Carlos.
–Porque resulta que cuando empezamos a hacer frente a los
cambios, el negocio iba ya tan mal que tuvimos que despedir a parte del
personal, como ya he dicho antes, incluidos algunos buenos amigos. Fue algo muy
duro para todos nosotros. Sin embargo, los que se quedaron, y también la
mayoría de los que tuvieron que marcharse, dijeron que la narración del Queso
les había ayudado mucho a ver las cosas de modo diferente y a afrontar mejor
las situaciones.
“Los que tuvieron que marcharse y buscar un nuevo puesto de
trabajo dijeron que les resultó duro al principio, pero que recordar la
narración que les habíamos contado les había ayudado.
–¿Qué fue lo que más les ayudo? –preguntó
Angela.
–Una vez que dejaron atrás sus temores –contestó Michael–,
me dijeron que lo mejor de todo fue el haberse dado cuenta que ahí fuera había
Queso Nuevo que, simplemente, estaba esperando a que alguien lo encontrara.
“Dijeron tener una imagen del Queso Nuevo en su mente,
viéndose a sí mismos progresando en un nuevo puesto de trabajo, lo que los hizo
sentirse mejor y les ayudó a realizar mejores entrevistas laborales y a obtener
mejores puestos.
–¿Y qué me dices de la gente que permaneció en tu empresa?
–preguntó Laura.
–Bueno –contestó Michael–, en lugar de quejarse por los
cambios cuando se producen, la gente se limita a decir ahora “Ya han vuelto a
llevarse el Queso. Busquemos el Queso Nuevo”. Eso nos ahorra mucho tiempo y
reduce el estrés.
La gente que hasta entonces se había resistido no tardó en
comprender las ventajas de cambiar y hasta ayudaron a producir el cambio.
–¿Por qué crees que cambiaron? –preguntó
Cory.
–Cambiaron en cuanto varió la presión de sus compañeros en
nuestra empresa. –Después de mirar a los presentes, preguntó–: ¿Qué creéis que
sucede en la mayoría de organizaciones en las que habéis estado, cuando la alta
dirección anuncia un cambio?¿Os parece que la mayoría de la gente dice que ese
cambio es una gran idea o una mala idea?
–Una mala idea –contestó Frank.
–En efecto –asintió Michael–. ¿Y por qué?
–Porque la gente quiere que las cosas sigan igual –contestó
Carlos–, y está convencida de que el cambio será malo para todos ellos. En
cuanto alguien dice que el cambio es una mala idea, los demás dicen lo mismo.
–Así es. Cabe incluso la posibilidad de que no sientan
realmente de ese modo –corroboró Michael–, pero se muestran de acuerdo con tal
de llevarse bien con los demás. Esa es la clase de presión de los compañeros
que lucha contra el cambio en cualquier organización.
–¿Cómo cambiaron las cosas después de que la gente
escuchara esta narración del Queso? –preguntó Becky.
–La presión de los compañeros cambió –contesto Michael–,
¡sencillamente porque nadie quería parecer un Hem!
Todos se echaron a reír.
–Querían husmear los cambios y detectarlos con antelación,
ponerse rápidamente manos a la obra en lugar de demostrar indecisión y quedarse
atrás.
–Es una buena consideración –dijo Nathan–. En nuestra
empresa nadie quiere parecer un Hem. Con tal de no serlo, hasta puede que
cambien. ¿Por qué nos has contado esta fábula en nuestra última reunión? Esto
podría funcionar.
–Puedes tener la seguridad de que funciona –reafirmó
Michael–. Funciona mejor, claro está, cuando todos los miembros de una organización
conocen el relato, tanto si se trata de una gran empresa como de un pequeño
negocio o de la familia, porque una organización sólo puede cambiar cuando hay
en ellas suficientes personas dispuestas a cambiar.
Luego, tras una pausa, les ofreció una
última idea:
–Al darnos cuenta de lo bien que había funcionado para
todos nosotros, empezamos a contarle la historia a todos aquellos con los que
hacíamos negocios, conscientes de que ellos también tenían que vérselas con el
cambio. Les sugerimos que nosotros podíamos ser su “Queso Nuevo”, es decir,
mejores socios que contribuyeran a su propio éxito. Y eso, en efecto, nos
condujo a nuevos negocios.
Aquello le dio a Jessica algunas ideas y le recordó que a
la mañana siguiente tenía que hacer varias llamadas de ventas a una hora muy
temprana. Miró su reloj y dijo:
–Bueno, creo que ya va siendo hora de que me retire de este
depósito de Queso y encuentre algo de Queso Nuevo.
Todos se echaron a reír e iniciaron las despedidas. Muchos
de ellos deseaban continuar con la conversación, pero tenían que marcharse. Al
hacerlo, le dieron de nuevo las gracias a Michael.
–Me alegro mucho de que este cuento os haya parecido tan
útil –les dijo–, y confío en que pronto tengáis la oportunidad de contárselo a
otros.
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